Enrique del Rivero 1 de junio, 2021 · 3 minutos
Protegida, más bien oculta, entre la densa y variada vegetación que conforma el burgalés Paseo de la Isla se localiza una fuente procedente de monasterio de San Pedro de Arlanza. Datada en el siglo XVII, luce un original remate decorado con cuatro máscaras de inspiración incaica.
La fuente fue creada para presidir, con el cantarín rumor de sus dieciséis chorros de agua, el patio del gran y sobrio claustro herreriano que se levantó, entre finales del siglo XVI y comienzos de la siguiente centuria, en el monasterio benedictino de San Pedro de Arlanza. El nuevo claustro, que sustituyó al primitivo de estilo románico, estaba finalizado en 1617, año en el que es muy posible que ya estuviese montada la fuente de estilo colonial.
Pero los monjes benedictinos que llevaban cientos de años a la vera del río Arlanza no podían imaginarse que un par de siglos más tarde, exactamente en 1835, la desamortización de Mendizábal les obligaría a dejar para siempre su monasterio. Tras el abandono, una de las pocas piezas que sobrevivió fue la mencionada fuente de inspiración andina. En 1933 y para salvarla del saqueo el Ayuntamiento de Burgos solicitó su cesión a la Dirección General de Bellas Artes del Gobierno de la Republica Española para su traslado e instalación en el Paseo de la Isla.
Entre los puentes de Castilla y de Malatos, en la margen derecha del río Arlanzón, el Paseo de la Isla es un auténtico jardín botánico salpicado de llamativos restos monumentales. Con más de dos siglos de historia, presume de contar con varios ejemplares centenarios de algunos de los árboles más curiosos y bellos del planeta: secuoyas, cedros del Atlas y del Himalaya, pinsapos, pinos, cipreses, tejos, robles, hayas, etc.
Y en medio de esta densa vegetación y formando un romántico museo al aire libre se localizan una serie de monumentos y piezas artísticas entre las que destaca la fuente procedente del monasterio de San Pedro de Arlanza.
Creada a comienzos del siglo XVII, en un incipiente estilo barroco, consta de una amplia taza o pilón circular en cuyo centro se asienta un pedestal rematado con un jarrón. Sobre este conjunto labrado en piedra caliza se asienta el primer plato o bandeja de la fuente. Adornada con cenefas y molduras presenta cuatro chorros que vierten airosos sobre el pilón inferior.
Sobre la primera bandeja se alza un plato, sostenido por un nuevo jarrón, de menor tamaño, pero del que brotan ocho cantarines chorros de agua. El conjunto aparece rematado por un florido pináculo, del que brotan otros cuatro chorros, que tiene labradas cuatro llamativas mascaras de inspiración andina.
No sabemos a ciencia cierta de donde pudo partir la inspiración para adornar esta fuente del Paseo de la Isla, pero es probable que el hábil cantero que la labró hubiese contemplado alguno de los grabados que, por esa época, siglo XVII, circulaban por España con diversos motivos iconográficos procedentes de las colonias. También pudo ver alguna vasija de cerámica decorada con caras indígenas muy frecuentes en el lejano virreinato del Perú. Sea como sea, el resultado sigue siendo muy evocador.