Enrique del Rivero 20 de agosto, 2021 · 3 minutos
La ciudad de Burgos atesora tantos y tan valiosos tesoros artísticos que algunos de ellos pasan totalmente desapercibidos. Es el caso de la capilla de la Natividad en la iglesia de San Gil, una singular joya arquitectónica edificada en el siglo XVI bajo el mecenazgo de una rica familia de mercaderes burgaleses.
Durante la primera mitad del siglo XVI Burgos era uno de los principales emporios comerciales de Europa. Amparados por el Consulado del Mar los mercaderes burgaleses, en su mayoría de origen judeoconverso, controlaban el comercio de la lana y de otras muchas mercancías con los puertos del norte de Europa. Tampoco habían desaprovechado la oportunidad de las nuevas rutas ultramarinas comerciando con esclavos y especias. Todo ello los había convertido en inmensamente ricos y la mayoría vivían en el selecto barrio de San Gil.
Y entre sus aspiraciones como nuevos cristianos estaba el enterrarse de la manera más llamativa entre los muros de la iglesia de su colación, que estaba ceñida por las murallas y era de origen románico con distintas ampliaciones posteriores. Es el caso del mercader Juan de Castro y su esposa Inés de Lerma que, tras obtener el permiso municipal para desmontar la muralla, encargaron —casi con toda seguridad— al maestro Juan de Matienzo la construcción de una lujosa capilla funeraria bajo la advocación de la Natividad de la Virgen. Corría el año 1529.
Juan de Matienzo alcanzó un gran prestigio con el diseño de la capilla de la Presentación de la Catedral de Burgos que estaba inspirada en el de la también catedralicia capilla de los Condestables, obra de Simón de Colonia. En la de la Natividad de San Gil se repite el mismo esquema arquitectónico: amplia planta cuadrada, cubierta por una espectacular bóveda estrellada octogonal y calada, sostenida por trompas angulares.
A la capilla, protegida por una bella reja forjada por Cristóbal de Andino, se entra por un arco de estilo plateresco sostenido por pilastras. Lo primero que llama la atención en el amplio y lujoso interior, iluminado cenitalmente por la atrevida bóveda calada, es el retablo mayor en el que, sobre todo, se cuenta la vida de la Virgen María. Fechado durante el primer tercio del siglo XVI, su incipiente estilo renacentista, la pericia artística de su talla y el primoroso dorado y policromado de todas las escenas nos acerca a un taller de primer nivel. Los expertos hablan del círculo del genial Felipe de Bigarny.
Los sepulcros de los fundadores de la capilla se localizan a los dos lados del retablo. Son del tipo de arcosolio y de estilo manierista y contaban con los bultos de los yacentes labrados en alabastro. En la actualidad, los mejor conservados, que se corresponden con los de los padres de los titulares de la capilla de la Natividad, Juan García de Castro y Teresa de Múgica, lucen a ras de suelo, sobre una llamativa losa de jaspe rojo.
Otro sepulcro, más interesante si cabe, es del canónigo Jerónimo de Castro, hijo de los donantes y que fue el primer patrono de la capilla. Se puede ver en la pilastra derecha del arco de entrada y muestra al fallecido en actitud orante y acompañado en su transito a la otra vida por San Miguel Arcángel y el Ángel Custodio. Es una magnifica obra del último tercio del siglo XVI, atribuida al maestro renacentista burgalés Juan de Vallejo.
La iglesia de San Gil está situada entre la vieja muralla y el Camino de Santiago. Precisamente siguiendo la Ruta Jacobea llegaron los fundadores de un barrio que tiene como patrono a un santo de origen francés conocido también como san Egidio. El templo, al que se accede caminando desde cualquier rincón del casco histórico, puede visitarse todos los días fuera de las horas de culto.