27 de agosto, 2020

El cementerio de los cartujos

Enrique del Rivero

Enrique del Rivero 27 de agosto, 2020 · 2 minutos

La Cartuja de Miraflores, que data de finales del siglo XV, es uno de los monumentos más interesantes del gótico final europeo y cuenta con una sobria iglesia que fue levantada para acoger los restos de Juan II de Castilla, padre de la poderosa Isabel la Católica. Si en su interior sobresalen el retablo mayor y los sepulcros reales ejecutados por el genial Gil de Siloé dentro de la estricta clausura de los monjes titulares se localiza un enclave único y lleno de personalidad: el cementerio de los cartujos.

En uno de los ángulos del jardín del claustro de los padres se localiza el cementerio de los cartujos. Cercado por un alto seto de boj, unos cuantos cipreses añaden una entrañable nota de intimidad y recogimiento al severo recinto. Una gran cruz de piedra, decorada con los blasones reales, se alza en el centro y protege con su sombra el sueño eterno de los cartujos.
No se ve ni una inscripción que singularice el nombre de algún monje o prior notable; solo unas sencillas cruces de cemento recuerdan que bajo ese pedazo de tierra burgalesa descansan varias generaciones de voluntarios ascetas.

Pocas ceremonias reúnen en la Cartuja tanta solemnidad como el entierro de un monje. Tras los oficios religiosos celebrados en la iglesia, una procesión fúnebre recorre lentamente las distintas estancias de la clausura y conduce al fallecido hasta su última morada. Llegada la procesión al cementerio, padres y hermanos se colocan alrededor de la fosa y, después de cantar y rezar las correspondientes oraciones, proceden a descender el cadáver, cubierto solamente con su hábito, al fondo de esta. La ceremonia finaliza con el sordo y temeroso estruendo que produce la tierra al derrumbarse para rellenar y cubrir la tumba.

En 1401 el rey Enrique III erigió en el lugar de Miraflores, rodeado de espesos bosques de robles y quejigos en los que incluso vivían los osos, un palacio fortificado al que acudía a cazar. Su hijo Juan II entregó el palacio de Miraflores a la Orden de los Cartujos con la intención de convertirlo en monasterio y panteón real. Juan de Colonia inició en 1454 la construcción de esta obra maestra del gótico final. La iglesia se inauguró el año 1499.