Enrique del Rivero 25 de septiembre, 2021 · 5 minutos
En las inmediaciones de Villanueva Soportilla, escondida entre un denso bosque de encinas y quejigos y casi en la orilla del Ebro se descubre una de las más señaladas y extensas necrópolis altomedievales de toda la provincia de Burgos. Fechada entre los siglos VIII y XI, y sobre una visible plataforma rocosa, consta de un insólito edículo rodeado de numerosas tumbas, principalmente antropomorfas, excavadas en la roca.
Durante la segunda mitad del siglo IX, estas tierras burgalesas inmediatas al Ebro, que estaban protegidas de las razzias y aceifas de los musulmanes por el propio curso del Ebro, las escarpadas sierras de los Montes Obarenes y el cercano paso de Lantarón, fueron repobladas, bajo el auspicio de los monarcas astures, por gentes foramontanas llegadas de las montañas situadas más al norte. A esa oscura época de la historia de la Castilla más primitiva pertenece el conjunto arqueológico del poblado y la necrópolis de Santa María de Tejuela.
Además de su visible necrópolis, el yacimiento de Tejuela constaba de un poblado del que se han descubierto muy pocos restos. Por lo que parece tenían dos barrios. Uno apartado de la plataforma rocosa y formado por construcciones de planta ovalada son zócalos de piedra. Y el principal, adosado a la pared oriental del montículo rocoso. Las estructuras de madera de estas viviendas se sujetaban a la roca mediante rebajes practicados en la arenisca. Los muros de tapial, cubiertos de una techumbre vegetal, estaban anclados sobre vaciados más amplios en la base de la roca.
Los habitantes de Santa María de Tejuela, de la que apenas se conservan fuentes documentales, eran autosuficientes gracias a los recursos naturales de su entorno. Vivían con un poco de ganado, pequeños campos de cultivo, frutales, caza, pesca —en especial las abundantes anguilas del Ebro— y una provechosa recolección de leña, miel y frutos silvestres. Los vínculos sociales en esta pequeña y aislada comunidad, al igual que las del resto del alto Ebro, giraban en torno a un fuerte sentimiento religioso, incrementado por la extendida creencia de que el fin del mundo llegaría justo en el año 1000.
Por eso no es nada extraño que el recinto sagrado y la extensa necrópolis, situados sobre un alargado montículo rocoso, se convirtieran en el punto neurálgico de la comunidad. El venerable enclave, al que se accedía desde la zona habitada por una escalera tallada en la roca, está presidido por un edículo excavado en un peñón de roca arenisca, que antes de servir de iglesia a las gentes del poblado y de la necrópolis altomedieval pudo ser un antiguo eremitorio visigodo.
El edículo o cámara rupestre y sus edificios anexos, hoy desaparecidos, fueron los protagonistas, con papel relevante, en la vida y configuración del poblado de Tejuela. El edículo es un monolito de arenisca vaciado y tallado por todos sus flancos. El resultado es un cubo irregular con entalles y rebajes correspondientes a un cuerpo superior y otros adosados en sus laterales. El principal de todos, abierto al sur, estaba construido con buenos sillares, tenía planta rectangular con varios espacios y cabecera cubierta con cúpula. El edículo también cumplió una misión de carácter defensivo ya que su plataforma superior servía de lugar para vigilancia de un extenso territorio controlado por el señor del poblado.
La necrópolis ocupa toda la extensión del promontorio rocoso –setenta metros de largo por unos veinticinco en su parte más ancha– y presenta unas 350 tumbas de distintas formas, tipos de construcción y cronología. Las excavadas en la piedra son las de bañera y las antropomorfas. Las primeras son las más antiguas, siglos VIII y X, y están situadas más cerca del edículo y las segundas constituyen la tipología más abundante. En el extremo del cementerio, fuera ya de la mole rocosa, aparecen las más modernas que fueron construidas con lajas de piedra durante el siglo XI y principios de la siguiente centuria.
En la Alta Edad Media los cristianos que podían hacerlo se enterraban en la roca buscando que su solidez garantizara la preservación de los cuerpos hasta el día de Juicio Final que, según el Apocalipsis de San Juan, estaba fijado para el año mil. Quizá sea esta la explicación de las numerosas necrópolis rupestres que se han encontrado en distintas zonas de la actual provincia de Burgos, sobre todo en la Sierra de la Demanda, Las Merindades, Alto Ebro y Condado de Treviño.
Lo primero es tener una superficie pétrea adecuada, con un material ni muy duro ni muy blando, para obtener un resultado óptimo. La mejor piedra es la arenisca que se trabaja con facilidad. El proceso se iniciaba marcando la silueta de la tumba, siempre con la cabeza del difunto al oeste para que pudiera contemplar el amanecer del día de la resurrección de los muertos. Después con cuñas de madera húmeda, piquetas y azuelas se abría un hueco con el tamaño suficiente para alojar cada cadáver. Tras lavar el cuerpo, para limpiar sus pecados, y envuelto con un humilde sudario, el cuerpo era introducido en la tumba que se sellaba con pesadas losas. Una estela señalaba el lugar.
Desde Burgos y por la AP-1 hay que enlazar, tras pasar Pancorbo y su desfiladero, con la BU-525, antigua carretera de Bilbao. Siguiendo esta y unos pocos metros antes de llegar al puente que cruza el río Ebro en Puentelarrá se localiza, a la izquierda de la carretera, una señalizada pista de tierra apta para cualquier tipo de vehículos que conduce a la entrada de la necrópolis. Pero lo mejor es acercarse caminando, siguiendo las indicaciones del GR-99: Camino Natural del Ebro.