Enrique del Rivero 26 de mayo, 2021 · 4 minutos
En el límite entre la Merindad de Río Ubierna y la comarca de La Bureba, rodeado de un llamativo y erosionado paisaje que anuncia la proximidad del Valle de las Navas se localiza pueblo de Quintanarruz. Sobre su solitario caserío se alzan los macizos volúmenes románicos de la iglesia de Santa Leocadia. En su bien conservada fábrica de finales del siglo XII destacan el ábside semicircular y la amplia portada meridional.
Las desnudas colinas arcillosas, teñidas de rojo por los abundantes óxidos férricos y caprichosamente modeladas por una intensa erosión, que envuelven el entorno de Quintanarruz aumentan la sensación de aislamiento que transmite la localidad. Enclavada en la cuenca alta del río Homino, dentro ya de la vertiente del Ebro, formó parte del alfoz de Poza de la Sal y su topónimo hace referencia a Ferruz, que pudo ser su repoblador altomedieval. Durante el último cuarto del siglo XII la mayoría de sus heredades pasaron a depender del monasterio cisterciense de Santa María de Rioseco, que antes de trasladarse al Valle de Manzanedo estuvo ubicado en el cercano pueblo de Quintanajuar.
Más o menos de esa época datan los elementos románicos conservados en la iglesia parroquial de Quintanarruz. El templo se asienta sobre el modesto cerro que preside la localidad y consta de una única nave de cuatro tramos, rematada en su cabecera con el clásico ábside semicircular y con una amplia portada practicada en su fachada meridional. Mientras en la construcción del ábside se utilizaron buenos sillares de arenisca dorada, el resto del templo fue ejecutado en una más tosca piedra procedente de los páramos.
En el ábside, dividido en tres lienzos mediante elevadas pilastras rematadas por cortas semicolumnas, son bien visibles los rasgos arquitectónicos propios de la escuela de La Bureba. También muestra influencias decorativas provenientes del influyente foco de San Pedro de Tejada. Levantado sobre un escueto basamento se ornamenta con alargadas ventanas de arcos ciegos de medio punto dispuestas en el centro de cada paño. Desparecida la del lienzo central, que seguramente iluminaba el interior de la cabecera, las dos laterales adornan sus tímpanos con rosetas caladas.
En los canecillos que decoran la cornisa del ábside se alternan los motivos geométricos —nacelas, bezantes y rollos— con los vegetales y figurativos: jabalí, serpientes retorcidas y un barrilillo. También los capiteles que rematan las columnas lucen una cuidada decoración vegetal de la que asoma, en uno de los capiteles, un personaje de llamativa expresión.
El elemento más señalado de la iglesia de Quintanarruz es la portada abierta en un marcado antecuerpo de su fachada meridional. Sus siete arquivoltas, profusamente decoradas con elementos geométricos y vegetales, son las responsables de su efectivo abocinamiento.
Las arquivoltas lucen con una completa colección de motivos geométricos y vegetales: tripe hilera de billetes, bocel de hojas con lóbulos y nervios, bocelillo sogueado entre medias cañas, reticulados y, quizá la más llamativa, una banda de puntas de diamante y grandes aspas caladas que remata la arquivolta externa
En sus capiteles, tallados con un estilo seco y anguloso, se distinguen grifos, jinetes, infantes, aves y una misteriosa máscara humana de cuya boca brotan lo que perecen dos tallos vegetales. También llama la atención el capitel en el que una serpiente siamesa engulle a un indefenso personaje.
Aunque ha sido algo alterada a lo largo de los siglos la primitiva fábrica románica de la iglesia de Santa Leocadia es todavía bien visible. Si al exterior se muestra en los grandes arcos ciegos que animan sus muros, en el interior destaca la bóveda de cañón apuntado reforzada por fajones que descargan sobre capiteles decorados, en su mayoría, con sencillos motivos vegetales. La cabecera del ábside se cubre con la típica bóveda de horno oculta en la actualidad por un retablo de estilo barroco.
Mientras en el hastial occidental destaca una rehecha espadaña de dos troneras, bajo la que se abre una ventana de arco apuntado que ilumina el interior del templo, junto a la cabecera se alza un añoso y retorcido moral (Morus nigra) que, seguro que fue plantado, como era tradicional, el mismo día de la consagración del templo. Por lo tanto, su densa sombra, con fama de milagrosa, lleva casi 900 años protegiendo a los vecinos de Quintanarruz.
Hay que salir de Burgos por la carretera de Santander, N-623, y a la altura de Sotopalacios desviarse por la C-629 con dirección a Villarcayo. Después de pasar por Peñahorada y poco antes de entrar en Hontomín se descubre, a mano derecha, la desviación que enfila al encuentro de Quintanarruz. El interior de la iglesia se puede visitar los domingos por la mañana contactando con el alcalde o con algún vecino que guarda la llave.