Enrique del Rivero 12 de mayo, 2021 · 5 minutos
En la zona en la que la comarca de Tierra de Lara se solapa con las primeras estribaciones de la Sierra de la Demanda se asienta la localidad de San Millán de Lara. A la orilla de un modesto arroyo y sobre una soleada y boscosa ladera se escalona un bien conservado caserío en el que destaca la imponente silueta de la iglesia románica de su legendario monasterio.
El templo dedicado a San Millán Obispo evoca el pasado de un antiguo e importante monasterio que hunde sus raíces en la Época Condal. Incluso anterior, es la llamada gruta de San Millán, un reducido ámbito de culto que todavía conserva formas prerrománicas de tradición visigoda. Las sucesivas ampliaciones durante el final del siglo XI y la siguiente centuria convirtieron esta poco conocida iglesia monacal de Tierra de Lara en una de las fábricas más amplias y llamativas de todo el románico burgalés.
Pocos años antes del derrumbamiento definitivo del mundo visigodo —al comienzo del siglo VIII y debido a la presión agarena—, según cuenta la tradición y como parecen atestiguar los restos conservados, un ilustre anacoreta encontró refugio en una cueva escondida entre un espeso robledal. Si se sigue haciendo caso de la leyenda, dos siglos después, en el mismo lugar donde estuvo viviendo San Millán, el conde Fernán González mandó levantar el monasterio de San Millán de Lara.
Lo que sí que está documentado es que desde el siglo XI, pertenecía al cenobio de San Vicente de Silos —embrión del famoso monasterio de Santo Domingo—, y que, a partir del año 1158, por mandato del rey Sancho III, pasó a depender de la Catedral de Burgos. Desde entonces mantuvo el título de abadía, siendo casi siempre el abad un canónigo del cabildo de la sede de la Archidiócesis ‘Burgensis’.
Los vestigios pertenecientes al primer período de su historia se circunscriben a la gruta y su entorno más inmediato. En una gran roca, englobada en el actual templo y que además sustenta su torre, se abre la cueva en la que vivió San Millán. Este sagrado ámbito estuvo protegido por un pequeño templo levantado a lo largo del siglo X, cuyo resto más antiguo y de tradición visigoda o mozárabe es su portada con arco de herradura. Posteriormente y cuando se edificó el templo románico, la sencilla puerta fue adornada con una moldura en el trasdós y la imposta del arco.
La construcción románica también sufrió numerosos cambios y ampliaciones. De la primera iglesia —fechada a principios del siglo XII e inscrita en la llamada Escuela de la Sierra— de una sola nave, un único ábside semicircular y una portada abierta al mediodía, se pasó a un templo con tres naves, tres ábsides, dos portadas y una torre. Una lápida, fechada en 1165 y que todavía se puede leer en el cuerpo bajo de la torre, recuerda a los maestros que intervinieron en ella y en el resto de la abadía: “Benedictus, Micael et Martinus”.
No las pudo superar, pero tampoco se quedó muy lejos. Ya que la iglesia románica de San Millán de Lara se codeaba, por los menos por las dimensiones de su fábrica, con la de los cercanos monasterios de San Pedro de Arlanza y Santo Domingo de Silos y, por qué no, con la primitiva catedral románica de Burgos, de la que dependía eclesiásticamente. Las tres naves articuladas con cuatro tramos y el doble de ancha la central, se separan por pilares cruciformes, sobre pódium, con robustas columnas entregas en los frentes y arcos formeros doblados y con un ligero apuntamiento. La nave del Evangelio es más estrecha e irregular por la presencia de la enorme roca en la que se excava la gruta del santo. Algunos investigadores piensan que esto último junto al desnivel sobre el que se asienta la iglesia provocaron la inestabilidad y el derrumbe de las primitivas cubiertas.
El templo contaba con una cabecera de tres ábsides, más profundo el central, precedidos de los habituales tramos rectos de los presbiterios. Cubiertos con bóveda de cañón estos últimos y con cuarto de esfera los hemiciclos, en el siglo XVII el ábside de la nave meridional fue sustituido por una nueva sacristía. Como se puede apreciar de un simple vistazo el plan constructivo del interior de la iglesia de San Millán Obispo dio mucha más importancia a la arquitectura que a la decoración escultura que queda relegada, con apenas excepciones, a un tosco ornato vegetal con algún mascarón humano.
Se abre en un antecuerpo y presenta un marcado abocinamiento en sus arquivoltas concebidas con baquetones y haces de boceles. Los cuatro pares de columnas están decorados con capiteles en los que se repiten distintos motivos vegetales, una variada iconografía de animales fantásticos enfrentados y alguna escena de combate entre guerreros. Hay que lamentar que debido al deterioro producido por la erosión en la piedra arenisca no se pueda disfrutar en todo su esplendor de la calidad artística de los maestros que intervinieron en esta portada.
Esta portada nos ilustra de la monumentalidad alcanzada en su día por la abadía de San Millán. Abierta sobre un cuerpo saliente y con un arco apuntado en el que falta un tímpano que estaba sostenido por dos mochetas que sobresalen de las jambas. La de la derecha está decorada con la cabeza de un expresivo animal, probablemente un lobo, y la que falta, se encuentra depositada en el interior, muestra a Jonás engullido por la ballena. En los capiteles que sostienen los gruesos baquetones de las arquivoltas destacan los tres historiados que representan la pasión de San Juan Bautista. A pesar de su deterioro y de estar recolocados muestran tal pericia en su ejecución que algunos expertos los asignan a un artista procedente del taller que culminó el claustro bajo del monasterio de Santo Domingo de Silos a finales del siglo XII.
Hay que salir de Burgos por la A-1, con dirección a Madrid. A la altura de Sarracín es preciso desviarse por la carretera de Soria, N-234, y llegar hasta Mambrillas de Lara. En esta última localidad se debe tomar la carretera local que por Campolara y Rupelo alcanza San Millán de Lara.